LOS AÑOS, LAS VUELTAS... (Lo cotidiano y yo)

 

Septiembre y ese algo especial del inicio.

Mientras espero paciente que pase rápido la última semana de calor (eso promete la previsión), abro de nuevo la ventana de las letras y me doy cuenta de cómo y cuánto arrasó este año. Tanto, que ni una sola letra salió de mis dedos. 

Me bastaba con respirar esperando el verano. A veces, incluso arrancaba alguna historia en la mente, pero rápidamente se transformaba en jaqueca y colapsaba. Se perdieron varias entre recónditas neuronas y espero poder recuperarlas cuando el fresco acaricie de nuevo los rostros. No hay estación más propicia para el teclado que el otoño.

En mi supervivencia, encontré lugares de paz. Sí. Maravillosos lugares simples, cotidianos donde (no se porqué) siento calma, me llenan de energía. 

Así soy yo. Lugares y personas me cargan y descargan con el dramatismo propio de mi exageración. No voy a cambiar.

En la cafetería que llamo del fin del mundo, porque se encuentra en un barrio en el  límite de la ciudad, me encuentro con una joven que observo. Viene provista de un portátil, su móvil y una libreta donde escribe. Tiene las uñas arregladas y toma café. 

Verla me hace sonreír. Podría ser yo salvo la edad, claro, pienso. Y recuerdo el blog, y las letras de nuevo. Y lo tomo como una señal porque, a esa cafetería no va gente cuqui a trabajar o a escribir, no. Y sí, lo veo como una señal.

Pienso que si hubiese una cámara fotográfica de energías, auras o algo similar, habría un haz envolviendo el momento.

Y aquí estoy. Escribiendo, suspirando, y no cavilando demasiado... simplemente este "pensar con las manos" simplezas cotidianas sin pretensiones, para arrancar, para quitar el óxido del cerebro, para cambiar de nuevo, otra vez, infinitas veces... tantas como la vida nos de tiempo.

Septiembre siempre fue bueno para regresar.